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Los días de coronavirus en un convento de clausura

Las monjas de las Descalzas de Antequera, famosas por sus dulces, contribuyen a la crisis confeccionando mascarillas para hospitales

MARIA DOLORES TORTOSA  Lunes, 13 abril 2020, 07:53

Ahora irán al refectorio, ahora irán a misa. «Todo es misterioso. El son de la campana, los altos muros, las palabras, refectorio, vísperas, completas. Sus comidas eran refacciones, sus horas se llamaban de otra manera, su vida era otra». Así describe el poeta José Antonio Muñoz Rojas en ‘Las musarañas’ los recuerdos de su casa de infancia en Antequera, pared por medio con el convento de monjas de clausura San José de las Descalzas. La vida de sus quince moradoras hoy sigue siendo otra, andando por los corredores y patios de madrugada a sus rezos, pero quizás no tan diferente de la de millones de personas en estos tiempos de confinamiento por el coronavirus que no pueden salir de casa y caminar por las calles, salvo para algo estrictamente esencial. «Ahora entenderán por qué los conventos son grandes, no tenemos calles ni plazas…», responde una hermana al otro lado del teléfono compadeciéndose tras ponerse en el lugar de quienes habitan de manera estrecha en pisos con niños.

Ellas tienen sus corredores y celdas, sus coros bajo (con reja a la iglesia) y alto (en desuso), los patios y claustros de columnas y fuentes, el huerto con limoneros y naranjos, el obrador de los dulces, el torno por donde – «Ave María purísima», «sin pecado concebida, madre»- vendían los mantecados antes de la pandemia; y la sala de recreación, donde dos horas al día, una por la mañana y otra por la tarde, rompen el silencio y se distraen en las labores que les gustan, hablan, ríen y Sor Lucía les recita uno de sus poemas. El último, sobre la primavera en tiempos del coronavirus, ha saltado los muros del convento y ha llegado a radios, prensa y redes sociales hasta del extranjero. «Cuando llegue y no nos vea ni en las calles ni en los barrios, cuando no escuche en el parque el paso de los ancianos, o el bullicio siempre alegre de los chiquillos jugando. Si creerá que equivocó la fecha del calendario. (…) Y no vea que a la Virgen la engalanan para el Paso (…) Que se ha guardado el incienso, el trono, la cruz y el palio. Y que Cristo, igual que todos, está en su casa encerrado, y no lo dejan salir ni el Jueves ni el Viernes Santo…¿Pensará la Primavera que tal vez se ha equivocado?».

Para nada de espaldas al mundo, del que conocen lo que ocurre (cuentan con internet y hasta con página web y redes sociales para promocionar sus dulces) y por el que rezan. ¿Cómo viven las monjas de clausura el coronavirus? ¿Qué pueden aconsejar sobre los días de encierro, ellas que eligieron de forma voluntaria el confinamiento de por vida? «No vivimos ‘confinadas’, porque nuestra vocación es la libertad. Hemos optado por esta vida de especial consagración a Dios».

La respuesta llega a través del correo electrónico después de llamadas de teléfono y el consenso de que quien responde es la comunidad. Solo desean que aparezca el nombre de la hermana Lucía, por su poema, que «ha volado como la pólvora y ha hecho mucho bien». «Lo sabemos porque nos ha llegado por todas partes. Ha sido cosa de Dios, que se ha servido de ese sencillo poema para reavivar muchas esperanzas dormidas».

Y de Sor María Jesús de San José, la más veterana: llegó al convento en 1949. «Es una monja feliz, sencillamente feliz. Y pregunta con frecuencia, ¿no inventan nada que cure esta enfermedad?». La más joven tiene 28 años y el próximo 3 de julio hace un año que cruzó el umbral de la clausura. «No nos sentimos más seguras que los demás del ataque de este virus por vivir en clausura», responden. Por ello extreman las medidas de seguridad tanto de saneamiento de lo que entra por el torno como de la higiene. «Hay hermanas que tienen ya las manos bastante lastimadas». En sus respuestas sinceras siempre se cuela algo de ironía y también invocaciones al Dios por el que siguen el camino de la fundadora Santa Teresa. «Entre los pucheros anda Dios», decía la Santa.

-Madre, no voy a poner todas las frases que citan a Dios.

-Tú pones lo que quieras.

Y hablando de pucheros, el estado de alarma ha dejado, como a otros muchos, sin ingresos a la comunidad, que provienen de los dulces que elaboran y de las visitas turísticas al Museo Conventual, con su limonada de refresco en uno de los claustros cuando estas son al anochecer. Gente que les quiere les ayuda. Relatan cómo voluntarios de un comedor social de Antequera llamaron para enviarles cada día alimentos. Dicen estar bien y «regaladas al máximo porque hasta gustamos cosas que nosotras no podemos comprar». Disfrutan de quesos, dicen, que nunca comían y que consideran «un lujo».

El confinamiento les impide las misas con feligreses y capellanes, pero hasta en esto le dan la vuelta para ver el vaso casi lleno: «Con las nuevas tecnologías todo nos es mucho más fácil, porque sin cambiar nuestro horario habitual, podemos celebrar la Eucaristía a diario con el Santo Padre Francisco, sincronizando las horas. Hemos ganado mucho porque disfrutamos el regalo diario de la palabra del Papa».

Y no es la única novedad en su ordenada vida conventual: a petición de hospitales que les proporcionan el material, cosen mascarillas quirúrgicas y delantales. Así que además de con sus oraciones «para que todo esto acabe pronto, se encuentren caminos de recuperación de salud, personal, social y económico», también contribuyen convirtiendo la sala de recreación en un taller de mascarillas. «Es una bendición, creo que más para nosotras que para quien los use, porque lo estamos haciendo con todo nuestro cariño y sacrificio. Es nuestra aportación, la más pequeña».

Y además de repetir consejos como quedarse en casa, lavarse «mucho» las manos y dejar para otros días los abrazos y besos, sugieren una reflexión por «esta situación que ha atrapado al mundo entero como un pobre conejillo» en la red de un astuto cazador: «Se acabó el tiempo de las certezas fáciles, de pensar y creer que el hombre lo puede todo, y que Dios no sirve para nada».

¿Y la añoranza del exterior como en todos? Algunas de las hermanas son gaditanas y llevan muchos años sin ver y oír «su océano sin límites». «Esa es nuestra vida, dejamos cosas buenas por otras mejores».